miércoles, 6 de junio de 2007

Pasa...


A veces lo veo correr como si estuviera jugándole una carrera a alguien, o como si tuviera que llegar sin falta a algún lugar, quién sabe donde.
Otras, parece caminar lento y tranquilo, pausado, como si estuviera paseando o quizás preparándose para empezar; pensando o solo disfrutando.
A veces lo siento perseguirme como si tuviera algo contra mí. Lo siento en mis espaldas generando una carga pesada y molesta. Pero de pronto se distrae y me deja, y parece ensañarse con otro que quizás esté aún peor que yo, y le pese más, y más fuerte, sin piedad.
De vez en cuando me olvido de él. Lo dejo pasar. Entonces aparece de repente y sé que sigue estando ahí, que nunca se fue.
Ya lo conozco, sé que es demasiado fuerte y que nunca lo voy a poder alcanzar ni vencer. Ya ni siquiera lo intento. Pero sigo tratando de entenderlo.
Me cuesta. Me cuesta jugar con él, interpretarlo, seguirlo. Me cuesta entender qué quiere y por qué. Me cuesta asumir que está y que va a estar siempre, que nunca jamás se va a ir. Y que va a seguir pasando. Entonces pienso “él se la pierde, por seguir y no parar, por no quedarse”. Pero el tiempo es así, y no hay nada que yo pueda hacer para cambiarlo.

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