El salón estaba lleno y ella sentada en una esquina. La gente murmuraba, algunos se reían en voz alta.
Y de pronto entró él, con su sonrisa brillante y esa presencia inconfundible que alumbra cualquier lugar. Y entonces estaban solos. Ella podía sentir su mirada y hasta oír su respiración. Nadie más importaba en ese cuarto. Ella y él, como nunca. Se miraban a escondidas. Se sentían.
Y se fueron, cada uno por su lado, sin hablarse, sin cruzar siquiera una sonrisa cómplice, como siempre.
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