Era tarde, como las cuatro de la mañana. O temprano.
Un día de esos que no habían dejado nada.
Tenía un par de ojotas, flores secas en la mano y una túnica celeste de la que chorreaba agua.
Le dije que no pasara. Se quedó en la puerta como un perro amaestrado.
Le di dos manzanas viejas y una bolsa de semillas.
Agradeció sin ganas.
Cerré la puerta, volví al insomnio y me di cuenta que la extrañaba.
Salí corriendo.
La encontré dos cuadras atrás, sentada a los pies de un poste de luz.
De la primera manzana ya no quedaban ni los carozos. Masticaba la segunda con ojos desorbitados mientras sostenía la bolsa de semillas como si fuera un tesoro.
Me senté al lado.
No me miró.
Apoyé la cabeza en su hombro y cerré los ojos.
Me dormí sin preguntar, cuatro o seis horas seguidas.
Cuando desperté se había ido.
Volví a casa. Encontré la bolsa de semillas en mi mano. Me saqué la túnica celeste. Seguía chorreando agua.
1 comentario:
Estimada La.-,
Te escribo para pedirte autorización para publicar un articulo tuyo.
Contactanos para mas información a autores@oblogo.com
Muchas gracias y quedamos en contacto,
Gustavo Faigenbaum
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