lunes, 2 de noviembre de 2009

Disimulada soledad


Murió ese actor, ícono de algún tipo de rebeldía de los últimos años, al que todos calificaban de audaz, creativo, verborrágico o sin pelos en la lengua. En la tele muestran el velatorio y ver a una persona muerta adentro de un cajón especialmente exhibida para que todos la miren es algo que nunca entendí y que me genera en el cuerpo una sensación de debilidad absoluta.
Uno de sus amigos actores habla a las cámaras y dice que, dentro del inmenso dolor que siente, rescata que su amigo haya vivido plenamente porque fue un tipo que hizo lo que quiso. Por un momento el comentario me suena atinado, pero dos segundo después pienso cómo alguien puede saber si otro hizo precisamente lo que quiso. Cómo saber si no hizo lo que pudo, lo que le salió, lo que le resultó más fácil. ¿Y si el tipo en realidad quería formar una familia, con hijos y una esposa que lo ame? ¿si después de cada función, después de brindar con champagne y de drogarse, cuando llegaba sólo a su casa dormía abrazado a su perro porque era lo único que tenía para abrazar? ¿si las puteadas, la frontalidad, los personajes agresivos eran una forma de expresar su propio dolor y de ocultar su debilidad?

Murió de cáncer. Siempre asocié esa enfermedad al ocultamiento y la soledad. Soledad de aquel que se guarda para sí mismo, que se esconde, que no logra mostrar sentimientos de angustia, furia, confusión, enojo, dolor, remordimiento, frustración; de aquel que inconcientemente reprime lo más profundo de su ser, y muestra otro, el que puede, el que sale. Pero esos sentimientos que guarda jamás desaparecen, y se concentran todos en algún rincón del cuerpo, ahí se juntan hasta que un día el rincón no les alcanza, les queda chico, y comienzan a expandirse, hasta que lo ocupan todo, entonces el otro, el que todos conocían, el que hacía lo que quería, ya no existe.

No hay comentarios: