miércoles, 6 de junio de 2007

Son


Son los presos que caminan por las calles.
Los reclusos que se mueven, van y vienen.
Prisioneros que deambulan por la vida libremente.
Son sujetos del amor y no del tiempo, son cobardes.
Son espejos empañados, ingravables.
Son los hombres que no logran liberarse.
Son su historia, su misión y su presente.
Son la tierra sin un cielo que los riegue.
Son los muertos que acompañan a los vivos.
Son cadáveres con fuerza, sin motivos.
Son un día sin deseos ni alegrías.

Y mejor alejémonos de ellos.
Que no pasen ni cercanos por mi vida.
Reconozco sus disfraces desde lejos.
Son el miedo a contagiar mi sangre fría.

Se sintieron

El salón estaba lleno y ella sentada en una esquina. La gente murmuraba, algunos se reían en voz alta.
Y de pronto entró él, con su sonrisa brillante y esa presencia inconfundible que alumbra cualquier lugar. Y entonces estaban solos. Ella podía sentir su mirada y hasta oír su respiración. Nadie más importaba en ese cuarto. Ella y él, como nunca. Se miraban a escondidas. Se sentían.
Y se fueron, cada uno por su lado, sin hablarse, sin cruzar siquiera una sonrisa cómplice, como siempre.

Pasa...


A veces lo veo correr como si estuviera jugándole una carrera a alguien, o como si tuviera que llegar sin falta a algún lugar, quién sabe donde.
Otras, parece caminar lento y tranquilo, pausado, como si estuviera paseando o quizás preparándose para empezar; pensando o solo disfrutando.
A veces lo siento perseguirme como si tuviera algo contra mí. Lo siento en mis espaldas generando una carga pesada y molesta. Pero de pronto se distrae y me deja, y parece ensañarse con otro que quizás esté aún peor que yo, y le pese más, y más fuerte, sin piedad.
De vez en cuando me olvido de él. Lo dejo pasar. Entonces aparece de repente y sé que sigue estando ahí, que nunca se fue.
Ya lo conozco, sé que es demasiado fuerte y que nunca lo voy a poder alcanzar ni vencer. Ya ni siquiera lo intento. Pero sigo tratando de entenderlo.
Me cuesta. Me cuesta jugar con él, interpretarlo, seguirlo. Me cuesta entender qué quiere y por qué. Me cuesta asumir que está y que va a estar siempre, que nunca jamás se va a ir. Y que va a seguir pasando. Entonces pienso “él se la pierde, por seguir y no parar, por no quedarse”. Pero el tiempo es así, y no hay nada que yo pueda hacer para cambiarlo.