lunes, 12 de noviembre de 2007

La mirada de él

Un día ella se dio cuenta de que él no la miraba. Empezó por sospecharlo aquella vez en la fiesta de graduación, cuando sin querer uno de los botones de su escote se había soltado, dejando ver su pecho casi por completo, y habían estado bailando juntos casi toda la noche, pero él no le había dicho nada. Tuvo que llegar a su casa para recién darse cuenta al entrar al ascensor. Se sorprendió de su actitud, y comenzó a pensar en tantos otros momentos en los que había sucedido algo parecido. Para su último cumpleaños, por ejemplo, cuando le regaló esos aros con la piedra violeta, y ella le dijo “¿no te fijaste en que no uso aros?”, y él solo pudo excusarse bajo un pretexto inventado en el momento “pensé que no usabas porque no tenías ninguno”. Mentira. Pura mentira. No lo pensó porque no la miraba.
O para el casamiento de su amigo Juan, cuando ella apurada olvidó su cartera en el salón y le pidió que se la alcanzara, y vino con la cartera de otra, otra cartera totalmente diferente, una cartera verde para ella que estaba de rosa. Y la mujer corriendo atrás, pensando que se la estaba robando. Un papelón. Un papelón que no hubiera pasado si él la hubiera mirado.
Esa noche, después de la fiesta de graduación, casi no pudo dormir pensando y recopilando esa lista de momentos en los que la había pasado por alto. Estaba casi segura de que tenía la razón, pero quería confirmarlo por completo antes de tomar cualquier decisión. Entonces decidió probarlo. Al día siguiente la pasaría a buscar para el asado en la casa-quinta de Martín. Iba a ser al aire libre y como ya estaba entrada la primavera quizás podrían meterse a la pileta.
Apenas escuchó el motor de su auto en la puerta bajó corriendo las escaleras. Llevaba un jogging rojo de su hermano menor que no le llegaba a los tobillos, y una blusa floreada que usaba de vez en cuando, sólo para parecer mayor. En los pies las ojotas negras y una mochila gastada de sus épocas de colegio. Entró al auto con una sonrisa intentando parecer natural. Él la saludó con el beso de siempre y esos ojos brillantes que parecían más claros cuando la veían. Arrancó rápido diciendo que estaban demorados.
En el camino hablaron de cualquier cosa menos de su aspecto. Nada, ni un comentario. Ella empezaba a ponerse de mal humor. Su teoría se estaba confirmando, y el resultado final no tendría vuelta atrás: si ella comprobaba que él no la miraba, estaba decidida a dejarlo.
A la media hora de viaje ella decidió que no podía esperar más, haría la última prueba, y si su actitud no se revertía, le haría saber en ese mismo momento de su decisión. Así fue como tratando de poner su mejor sonrisa sacó de su mochila gastada un traje de baño naranja que le había sacado a su madre. Lo estiró por completo delante de él, dejando ver que se trataba de una sola pieza, con pespuntes azul marino y un pequeño bolado a los costados de las caderas del mismo color. “Me traje una maya por si hace calor”, le dijo. A lo que él sonrió con simpatía para comenzar a hablar de lo mucho que le gustaba el agua y que ojalá pudieran meterse a la pileta todos juntos. Se acabó, la prueba había terminado. Solo quedaba comunicarle su decisión.
Ella –Esto se acabó.
El -¿qué se acabó?
Ella -Esto, lo nuestro, se acabó.
El -¿qué te pasa?
Ella -Nada, eso, que se acabó, que no quiero seguir así.
El -¿así cómo? No te entiendo.
Ella –así, con esta relación.
El – No entiendo lo que te pasa, hace un minuto estaba todo bien y ahora me decís que no querés seguir con esta relación.
Ella – Hace un minuto no estaba todo bien, yo estoy mal desde hace tiempo, solo que vos no te diste cuenta.
El - ¿y cómo me voy a dar cuenta si nunca me lo dijiste?
Ella – Es que ahí está el problema, en que no te das cuenta.
El – ah ¿y por eso la relación no va más? Porque yo no me di cuenta de que vos estás mal porque no me doy cuenta. No entiendo, ¿de qué querés que me dé cuenta?
Ella – de nada, ya está, ya es tarde.
El – estás loca. ¿sabés qué? Tenés razón, no me di cuenta.
Ella - ¿De qué?
El – de que estás loca. No me había dado cuenta.
Ella – No estoy loca. No entendés nada.
El – No, la verdad que no te entiendo.
Ella – Por eso, no podemos seguir si no nos entendemos.
El – Ok….
En ese momento se dieron cuenta de que un policía los llamaba con su silbato, es que con la discusión él había elevado bastante la velocidad, sin darse cuenta. Se hicieron a un costado de la autopista y comenzaron a entregarle al policía los documentos suyos y los del auto. Mientras tanto, seguían en voz baja:
El – yo no me chupo el dedo sabés, ya sé que conociste a otro.
Ella – no conocí a ningún otro, me di cuenta que esto así no va, nada más.
El – y yo me di cuenta de que conociste a otro. ¿o acaso creíste que como no te decía nada no me había dado cuenta? Si no te dije nada fue porque quería ver hasta dónde llegabas.
Ella -¿hasta donde llegaba con qué? Te estás haciendo una película que no es.
El policía les devolvió los documentos, con la advertencia de que bajen la velocidad si no querían tener más problemas de los que ya parecían tener, y les recomendó gentilmente que si tenían temas por discutir, no lo hicieran manejando en la autopista. Así que permanecieron ahí mismo, con el auto parado y las balizas puestas:
El –aunque sea decime quién es. ¿Es el de la fiesta de graduación? El que te miraba desde la barra cuando bailabas conmigo, con el vestido desabrochado.
Ella –ah, entonces viste que mi vestido estaba desabrochado y no me dijiste nada.
El –claro que lo vi, pero a vos ni te importaba ¿qué te iba a decir? Si estabas tan contenta de que finalmente te recibiste… era él ¿no? El pibe de la barra.
Ella -¿qué pibe de la barra? No sé ni de quién estás hablando, yo solo te miraba a vos esa noche.
El –desde esa noche estás distinta. Me mirás diferente, te ves diferente… yo ya me di cuenta de lo que pasa.
Ella –a ver ¿qué pasa?
El –querés dejar de gustarme.
Ella -¿eh?
El –claro, querés dejar de gustarme para que yo te deje y entonces vos seas la víctima y puedas salir con el otro tranquila. Porque si vos me dejás a mí y después estás con otro serías la mala, y vos nunca querés quedar como la mala, entonces intentaste dejarme ese papel a mí. Pero yo no te dejé, no te di el gusto, entonces no aguantaste más y me tuviste que dejar. Seguro que el otro te presionó, te puso un ultimátum…
Ella –estás loco. Estás totalmente loco. No entiendo qué te hace pensar que estoy con otro, que quiero dejar de gustarte para que me dejes.
El- es muy claro, mirate, mirá cómo estás vestida, querés que te vea fea, mirá esa maya del siglo pasado que trajiste. Pero, ¿sabés qué? Te falló la estrategia. Si querías que te deje hubieras dejado de sonreírme, hubieras dicho cosas estúpidas de esas que sabés que no me banco, te hubieras negado a escucharme cuando necesitaba un consejo, hubieras hecho alguna de esas cosas que si me conocieras bien sabrías que me importan mucho más que la ropa que llevás puesta o el peinado que tenés en la cabeza. Evidentemente no me conocés, por eso te salió mal. Te salió todo mal. Pero en algo tenés razón, esta relación no va más.
Ella se quedó callada. No pudo responder nada, absolutamente nada. Contuvo las lágrimas hasta que él la depositó de nuevo en su casa. Abrió la puerta sin saludar, bajó del auto y lloró, lloró sola parada en la calle mirando cómo él se iba y culpándose a sí misma por haber perdido a ese hombre maravilloso.

lunes, 5 de noviembre de 2007

El peinado

¿Y si el peinado fuera el reflejo de lo que nos pasa en la cabeza?

- ¿Te gusta mi trenza?
- ¿Qué trenza?
- Esta, la que tengo en la cabeza.
- No tenés ninguna trenza.
- ¿Cómo que no? si yo venía pensando en algo y de repente se me cruzó la idea de otra cosa y me acordé de lo que me dijeron ayer y entonces me olvidé de mi idea anterior, la primera, y empecé con lo otro, lo que ví por la calle, pero justo llegaste vos y no sé... pensé que tenía en la cabeza una trenza.
- Sí, tenés razón, ahora la veo, tenés una trenza.
- Ah ¿y te gusta? ¿me queda bien?
- No sé, le falta algo... fijate si le podés dar una vuelta...
- Pero entonces sería un rodete.
- Sí, un rodete, pero con la trenza también, todo junto.
- ¿Todo junto? ¿no se me va a hacer un nudo?
- ¿Un nudo en la cabeza? Puede ser.
- Mejor desarmemos todo.
- Sí, a veces hay que empezar de nuevo.

lunes, 29 de octubre de 2007

Hojas

Hay hojas que se mueven cuando hay viento, que se caen en otoño y crecen en primavera.
Pero hay otras hojas que no dependen del viento para moverse, que no dejan que la llegada del otoño las debilite, y que nacieron un día, porque sí, sin preguntarse si sería un buen momento para nacer.
Esas hojas, las que viven más allá de la estación, más allá del clima y más allá de todo, son las hojas más felices.

viernes, 26 de octubre de 2007

Sound

Empieza por ser un sonido suave, como la introducción tímida de alguna historia inventada. No se sabe bien de donde sale, no se ve.
De a poco va adquiriendo un ritmo profundo. Se hace más largo y más intenso. A veces parece irse, pero vuelve constante y permanente. Va y viene.
Y entonces toma forma, se hace personal y único, como si contara el cuento de su vida, un momento.
Y así se mantiene. Yendo y viniendo. Firme. Eterno. Toda la noche.
Entonces despierta y parece como si eso nunca hubiera existido. Como si la historia nunca se hubiera contado. Como si el sonido hubiera sido de otro.

miércoles, 17 de octubre de 2007

Tanto

100 pesos. Es como no tener plata. Ir a un kiosco con 100 pesos es como ir con intenciones de robar algo. Podés pedir una bolsa llena de golosinas inútiles sólo para tratar de llegar a una suma lo más significativa posible, para que de todas formas y pongas la cara que pongas, al extender inocentemente tu mano y apoyar los 100 pesos en el pequeño mostrador te miren con cara de “ah, me quisiste cagar desde el momento que entraste y empezaste a elegir cualquier cosa, haciéndote el fanático de las golosinas” y entonces te acusan de no tener cambio y chau, guardás los 100 pesos y te vas, y ahora encima te quedaste con las ganas de comer golosinas.
Y ni hablar de subir a un taxi con 100 pesos. La gente ya ni siquiera lo intenta. No sé cómo pero los taxistas se las ingeniaron para hacerle saber al mundo que subir a un taxi con 100 pesos es tan inadmisible como subir sin un centavo. O aun peor, porque si tenés 100 pesos no sos un pobretón, alguien que sale a la calle con 100 pesos en la billetera es porque está en una buena posición económica, pero sin embargo no los querés largar, te aprovechás del pobre tachero que amablemente paró cuando lo llamaste y se dirigió sin chistar hacia donde vos querías ir, y ahora vos, tacaño y desconsiderado, no le querés pagar. ¿O acaso pretendés que te entregue generosamente y porque sí todo el cambio que pudo recolectar, y así se quede sin un peso para el resto del día?. No, ya entendimos que tomar un taxi con 100 pesos no se puede, está implícitamente prohibido.
Entonces nos damos cuenta de que es así, tener 100 pesos es como no tener plata. ¿Será que a veces es necesario tener poco para tener algo? Mirá ese tipo, tiene una mina distinta cada noche, así nunca va a tener una mujer al lado. ¿Pero cómo, no tenía una cada noche? Ah, sí, pero con tantas mujeres no se puede llegar a nada, nunca va a querer a ninguna de verdad.
Mirá las estrellas. Qué lindo cuando el cielo está repleto de estrellas. Pero entonces ¿dónde está esa que miro siempre? la brillante, creo que es Venus. ¿Y las 3 Marías? Se me mezclan con las demás. Es que a veces cuando hay tantas, cuando hay tanto, no logramos distinguir lo que realmente nos importa. ¿Será así?

viernes, 12 de octubre de 2007

Perderse

“Hay que perderse”, dijo. Y ella trató de cumplir la consigna de inmediato, casi como si fuera una verdadera orden en lugar de un simple comentario pasajero de esos que él a veces dice sin pensar demasiado. Pero su tono de voz, tan confiado y seguro, le resulta a menudo un modo imperativo, y la hizo sentir que debía hacerle caso.
Desde aquel día está intentando lograrlo, pero en su afán por perderse no para de encontrarse. ¿Será que perderse no es un acto voluntario? Muchas veces se perdió por las calles, sin querer. Apurada, con frío, cargada de cosas y con ganas de llegar. Y entonces se perdía de verdad. Pero ahora no podía. No sabía cómo hacerlo.
¿Perderse sería ir en otra dirección? Eso parecería revelarse, es muy distinto. Perderse es más que eso.
Perderse es tener un camino pero no encontrarlo. ¿Si no cómo se explica la pérdida? Uno no pierde algo no tiene. ¿Y algo que no sabe que tiene? ¿Podría perderlo sin saber que existe?
No sabe si le sale perderse. Quizás no quiere. Entonces quizás pueda ¿no dijimos que era involuntario? Tiene que no querer perderse para poder hacerlo, para que le pase. ¿Pero si ya no quiere perderse para qué lo va a hacer? ¿sólo por cumplir con la consigna? Y entonces estaría perdida sin querer. No le gustaría. Como cuando se pierde en la calle. ¿Y si no cumple la consigna? A veces hay que ignorar los tonos imperativos.

lunes, 8 de octubre de 2007

Hoja en blanco

Hoja en blanco. ¿Cuál es el problema de que esté blanca? ¿acaso no son lindas las cosas blancas? Las novias se visten de blanco, y parece ser el día más feliz de sus vidas. Los dientes blancos hacen las sonrisas mucho más frescas. Las palomas blancas nos dan paz, no como las grises que se juntan en las plazas con el único propósito de manducar cuanta miga de lo-que-sea se les cruce. La luna blanca, redonda, que tiñe de romántica cualquier noche. La espuma del mar, con ese aire de relajación que acerca cada vez que roza la orilla. Los pétalos de las margaritas que decididos y sin vacilar nos determinan el estado de nuestra vida amorosa de un solo tirón. Las paredes recién pintadas que hacen rebotar los rayos de sol, iluminando prolijamente la sala por completo.
Y nosotros nos quejamos de la hoja en blanco. Es nuestra peor pesadilla, nuestra enemiga, con la que tenemos que luchar, como si nos desafiara siempre a una nueva batalla. Y cuando ganamos una, cuando logramos llenarla, la damos vuelta y ahí está de nuevo, lista para el próximo combate, lista para la guerra. Guerrera blanca, nunca vi una. Suena contradictorio. ¿La bandera blanca acaso no declara la paz? Es esta manía que tenemos a veces los seres humanos de complicar todo. Te da miedo la hoja en blanco, comprate un block de color. ¿O te van a dar miedo también los colores? Y si es así, si te peleás con las hojas blancas, las rojas, las verdes, las celestes y hasta las amarillas, entonces el problema es tuyo.

viernes, 5 de octubre de 2007

Nuestra naturaleza

Dicen que no tenemos contacto con la naturaleza. ¿Por qué? ¿Porque no tenemos plantas en el balcón? ¿Porque rara vez hay alguna fruta o verdura en nuestra heladera? Puede ser, no tenemos contacto con el reino vegetal, con la fauna o la flora -no sé cual es cual, flora y fauna siempre me parecieron los nombres de dos tías viejas y chusmas que se juntan a hablar en diversos ecosistemas, Flora y Fauna, como Paty y Selma ¿qué tienen que ver con los animales y las plantas?-. Así que no tenemos contacto con ellas, porque no tenemos plantas ni vegetales, y mucho menos algún animal ¿pero eso es la naturaleza?
A cambio de las macetas marrones y sucias, llenas de tierra y con pérdidas de agua marrón que arruinen el deck de madera del balcón, tenemos proyectos que nos llenan de vitalidad. En lugar de la fruta vulgar que a veces llega fresca y dulce y a veces agria o amarga, tenemos esas ganas de mirarnos a los ojos y saber que nos amamos. En vez de las bandejitas de ensalada pre-hecha seca y sin gusto del supermercado, tenemos risas. En vez del kilo de tomates que según anuncian en TN sale más caro que el proporcional de una hora de trabajo, dentro de la canasta básica familiar, tenemos la libertad de hacer lo que queremos cuando queremos, sin que nadie nos diga que “es hora de comer” o “¿todavía no te bañaste?”.
Y además, para los que piensan que la naturaleza está hecha de partículas, o sea materia propiamente dicha, que no tiene origen industrial, tenemos aire, tenemos sol y sobre todo, tenemos muchos mosquitos.

miércoles, 3 de octubre de 2007

Crónico

“Tenés que tratarte, porque si no se te vuelve crónico”, le dijo la profesora de yoga. Y crónico le dio miedo. ¿Crónico? ¿Para siempre? ¿Para toda la vida? Y de pronto estaba embarazada, y le dolía. Con el bebé en brazos, y casi no podía sostenerlo. En el casamiento de su hijo mayor, y el vestido que le oprimía justo en ese lugar. Jugando con sus nietos, y le costaba agacharse. Entonces lo llevaría consigo para siempre, hasta el día de su muerte.
Le dio pánico. Sintió una puntada en el pecho, quizás con la esperanza de morir en ese mismo momento y de que lo crónico no haya durado más que un par de semanas.
Se fue a su casa sin decir una palabra. Al fin y al cabo podía no ser tan grave. Iba a aprender a vivir con eso y llevarlo consigo como si fuera parte de su cuerpo. Y esa idea la tranquilizó.
Se le ocurrió pensar en todas las otras cosas de la vida que sin que nadie le haya advertido, como lo había hecho gentil y fríamente su profesora de yoga, también serían crónicas. Su gusto por los dulces -nunca podría desprenderse de ese placer-, sus ganas de volar como águila, su entusiasmo por viajar y esa mezcla de nervios y alegría que sentía al hacer las valijas, su obsesión por el orden y la prolijidad, su amor por él. De pronto todo era crónico, y nunca se lo habían avisado.

Nada

Tenía ganas de no quedarse con las ganas de hacer nada. Entonces hacía todo lo que tenía ganas. Pero un día tuvo ganas de no hacer nada. Y entonces lo hizo, no hizo nada. Y las ganas se fueron expandiendo, se acomodaron en su cuerpo como si fuera un colchón de plumas, llenaron cada espacio, cada rincón. Tomaron cada pedazo de su tiempo. Cubrieron cada momento. Ocuparon su mente por completo. Entonces no hacía nada, porque nunca quiso hacer lo que no tuviera ganas. No salía. No jugaba. No corría. No ordenaba. No leía. No gritaba. No reía. No observaba. Solo hacía eso que le daban ganas. Entonces tampoco comía, ni pensaba, ni sentía, ni soñaba, ni creía, ni esperaba. Y un día, las ganas de no hacer nada lo tomaron por completo. Entonces, tampoco respiraba.

viernes, 28 de septiembre de 2007

El bar

Este lugar tiene unas medialunas horribles, pan con forma a medialuna. Por lo general atienden mal, las mozas se entretienen charlando en la barra y no te miran cuando las llamás. El café es normal, no tiene nada especial, pero por algún motivo la taza siempre llega chorreada en uno de los costados.
Las sillas son de madera vieja, rígidas y duras, muy poco confortables. Y las mesas, también de madera, casi todas tambalean y no se mantienen firmes.
La carta consta de una hoja tamaño oficio impresa en papel madera oscuro, y suele tener manchas de grasa o comida que dificultan la lectura de la mayoría de los platos que se ofrecen.
El salón principal, colmado de mesas una al lado de la otra, no tiene demasiada luz natural, ni siquiera los días en los que el sol brilla con su mayor fuerza. Las ventanas no son muy grandes y la construcción está como metida para adentro, por lo que el techo se plagó de viejas lámparas con luz amarilla que genera un clima tenue y quizás un poco melancólico.
Yo visito este bar cada jueves desde hace ya varios meses. No porque me guste, claro está, pero de todas formas sentarme en este bar me genera algo especial.
Acá la gente parece feliz, relajada, despreocupada. A nadie le importa si la mesa se mueve o la taza está sucia, nunca escuché que nadie se quejara. La gente viene a pasarla bien, a disfrutar, viene porque quiere. Hay parejas enamoradas, grupos de amigos, siempre algún extranjero y personas que se reúnen cordialmente por algún tema de trabajo, supongo. También hay gente sola, como yo, que disfruta de mirar.
Acá todos son bienvenidos. Nadie está de más ni queda fuera de lugar. Un hombre con traje, la chica de las polainas, la mujer con botas de cuero y tapado de visón, el que recorre las mesas ofreciendo cds truchos en una cajita de cartón. Todos nos sentimos cómodos. Todos estamos como queremos estar. Qué lindo es este bar, me encanta.

miércoles, 26 de septiembre de 2007

Llena y vacía

Quizás no pasó tanto tiempo desde aquella última vez, pero pasaron tantas cosas. Porque el tiempo es así de elástico. En la misma cantidad a veces entra mucho y otras no entra nada. Como las hojas de un cuaderno, que se llenan de sueños, de datos, de aprendizaje o sólo de boludeces. O a veces de todo junto.
Como la alacena de la cocina, que a veces no tiene nada y otras parece tener demasiado.
Como las panzas, chatas a la mañana e infladas después de cenar.
Como el perro de la esquina, a veces lleno de furia y a veces repleto de calma.
Como el barrio, tan tranquilo los domingos pero ruidoso los lunes.
Como la cama, tan radiante cuando estás y vacía cuando te vas.
O como el sol, tan brillante cuando quiere, solamente cuando quiere.
Como la vida. Tan feliz cuando llegamos. Triste cuando fracasamos. Perfecta cuando soñamos. Tranquila cuando esperamos. Dulce cuando nos miramos. Oscura cuando callamos. Tan hermosa cuando amamos. Vacía cuando no estamos. Pero siempre, siempre viva. Viva si la disfrutamos.

martes, 11 de septiembre de 2007

Llueve

¿Llueve o graniza? Porque viste que a veces no se ve muy bien. Y en la radio dijeron que iba a granizar. Pero dicen tantas boludeces en la radio. Y como no quiero abrir las ventanas porque me entran los mosquitos, tampoco escucho el ruido, si suena más como agua o como hielo. Pero afuera hay autos estacionados y nadie salió corriendo desesperado a tratar de ocultarlos y prevenirlos de una posible tempestad. Ni siquiera mi mamá, que ya supo lo que es andar con un auto que era lo más parecido a un adolescente de 16 años tratando de combatir un ataque de acné. Así que supongo que llueve, que cae agua digo. Agua desparramada, y no con forma de pequeñas bolitas apretadas que se lanzan con fuerza desde el cielo, como si le tuvieran bronca a algo.
Sin embargo a la gente no se la ve tan contena. No se sienten a salvo y agradecidos de que esta vez es sólo agua. Corren. Corren asustados tratando de buscar la mejor forma de que eso que llega desde arriba los toque lo menos posible. Se mueven rapidamente con pasos agigantados, intentando incluso que ni siquiera las suelas de sus zapatos tomen contacto con esa nube deshecha que yace ahora en la vereda y se acumula en los huecos del asfalto.
Entonces comienzo a dudar. ¿Será solo agua? ¿o tendrá alguna sustancia peligrosa y quizás hasta mortal? ¿será la famosa “lluvia ácida” que tantas veces escuché nombrar pero nunca me molesté por averiguar lo que quería decir? Pero si fuera ácida ¿la gente cómo lo sabe? ¿Lo habrán dicho en la tele? En la tele dicen tantas boludeces. Más que en la radio. Porque acá no solo lo anuncian sino que además lo muestran, así que doblemente boludo parece todo. No creo que la gente lo sepa por la tele.
¿Verán algo que yo no veo a través de la ventana empañada? ¿Tendrá otro color? ¿Será más pesada? ¿Olerá mal? No aguanto esta inquitud, voy a salir a ver qué pasa. ¿Salir con esta lluvia y empaparme? ¡Ni loca! Me quedo en casa. Ah, ya entendí por qué la gente corre.

lunes, 10 de septiembre de 2007

El muerto


“Hoy algún muerto va a haber”, me dijo con total liviandad el hombre de las fotocopias, esbozando una sonrisa. Y yo me paralicé por dentro. ¿algún muerto? ¿cualquiera? ¿puedo ser yo, o alguien que yo conozca? Me dio pánico. Más del que me había dado ver al micro de los barra-brava pasar, haciendo señas de “los vamos a matar” por las ventanillas.
Pensé en encerrarme en mi departamento y no salir hasta el día siguiente, hasta que los barra-brava hubieran vuelto ya con su micro para su casa, para su barrio, lejos. Pero aun así tenía miedo. Miedo por el muerto. Ese muerto todavía desconocido que el hombre de las fotocopias anunció sin vacilar, mientras ordeneba las hojas que se la habían mezclado por mirar el micro pasar.
Pensé que tenía que hacer algo. Ayudarlo. Advertirle de su situación para que pudiera escapar, o aunque sea estar prevenido. ¿Pero cómo poder encontrar a alguien que aun no sé quién es, que nadie lo sabe, ni siquiera el hombre de las fotocopias? Posiblemente lo encuentre después, cuando Crónica TV anuncie sobre su placa rojo chillón que el partido dejó como secuela un muerto y quien sabe cuántos heridos. Y entonces será demasiado tarde. Habré conocido al muerto cuando esté muerto. No habré podido salvarlo. Y mi hermana que siguiendo los consejos de los mayores me dice “rajemos de acá”. Y yo le respondo convencida “Andá vos, yo me quedo”. Me quedo para por lo menos intentarlo. Me quedo para no pasar el resto de mi vida sintiendo que escapé. Me quedo, aun sabiendo que si lo hago, el muerto puedo ser yo.

viernes, 7 de septiembre de 2007

Prefiero no saber

¡Maldito quita-esmalte! Se derramó sobre la mesa con la naturalidad del agua cuando cae de una catarata. Pero no es agua, y no está en una catarata. Es quita-esmalte sobre la mesa de madera blanca. Fuerte, con un olor intenso, difícil de olvidar durante horas y una consistencia capaz de desteñir hasta el más vivo de los rojos. Y la mesa blanca, sucia con el paso de los años, quedó con un manchón más blanco que el propio algodón, dejando en evidencia la suciedad que tan pareja se mantenía y se hacía difícil de notar. ¿Y todo por qué? Por hacer lo que no se debía, y fundamentalmente, por hacerlo a sabiendas de lo que podía pasar. Y entonces pasó. Pasó porque sabía que pasaría, y cuando alguien sabe que algo puede pasar, esa ahí cuando pasa.
Por eso es que el refrán de las abejas que leí alguna vez en algún lado -no recuerdo dónde- resulta tan sabiamente maravilloso: "Aerodinamicamente el cuerpo de una abeja no está hecho para volar. Lo bueno es que la abeja no lo sabe."
Y claro, imaginemos que una abeja leyera esto. Diría "¡Oh, no! ¡Mi cuerpo no está preparado para volar!". Entonces si la abeja estuviera en ese momento parada, probablemente no volaría nunca más. Directamente dejaría de intentarlo, por temor a hacer algo que su cuerpo no estaría en condiciones de hacer.
Ahora, supongamos que la abeja lo leyera mientras está volando. De pronto no entedería cómo es capaz de estar haciéndolo, y comenzaría a dudar del fenómeno, entonces la inseguridad invadiría su cuerpo y ahí, en ese momento, probablemente sus alas dejarían de moverse, su lomo le resultaría demasiado pesado, y entonces ¡pum!, caería al vacío, confirmando que entonces era cierto, su cuerpo no estaba hecho para volar, y ahora lo sabía.
Por eso yo prefiero no saber. No me digan lo que puede pasar. No me digan lo que no voy a poder hacer. Déjenme intentarlo. Y si acaso la ignorancia no me fuera de ayuda, déjenme compobar que fracasé.

Uno

Creía que ser uno era todo. Uno solo, una cosa. Uno para todo y todo para uno. Ser un todo entero, íntegro. Uno comprometido con uno y con todo. Uno al 100% y solo para uno.
Pero resulta que uno puede ser muchos. Que uno hace muchas cosas, muy distintas. Y muchos son para uno. Y todo es para muchos. Y es mucho para todos. Y que ser uno es mucho. Entonces somos mucho más que uno. Y eso es bueno, mucho más bueno que ser sólo uno ¿o no?

martes, 4 de septiembre de 2007

Justicia

"La justicia no es racional", me dijo mi mamá. O algo así. Pero no hablaba de la justicia de las cortes, esa que casi nunca hace justicia, hablaba de la justicia de más allá, la mística, la religiosa, la que cada uno le otorga el significado que le parece, o que le enseñaron a otorgarle sus padres desde el día que nacieron. Hablaba de esa justicia que nunca entendemos, que a veces hasta puede resultarnos azarosa. Esa justicia que no elegimos ni de la cual podemos opinar. Esa justicia que nos acecha cada día, en cada momento y en cualquier lugar. Esa justicia tan poderosa que a veces algunos hombres pretenden conquistar. Pero no pueden. Nunca podrán. Porque por más que crean que lo lograron, un día les tocará a ellos, y se darán cuenta de que no lo consiguieron.
Cada tanto pienso en ella, supongo que todos lo hacemos. Y caigo en la constante trampa de tratar de comprenderla. Imagino cómo va a actuar y por qué, y hasta intento convencerla. Pero sé que no tendré ningún éxito. Sé que nadie en este mundo lo tendrá. Y entonces mi mamá tenía razón. Qué sabia es mi mamá. La justicia no es racional.

viernes, 31 de agosto de 2007

Dudo


No sé si dormir la siesta o seguir cantando.
No sé si dejar mi vida o seguir avanzando.
No sé si buscar un sueño o vivir buscando.
No sé si volar despierta o pisar volando.
No sé si aferrarme a algo o dejarme libre.
No sé si bailar un tango o peinarme firme.
No sé si escribir un rato o saltar las cuerdas.
No sé si tener un gato o dejarlo afuera.
No sé si soltar el hilo o agarrar el globo.
No sé si vestirme fino o pasearme en lomo.
No sé si ponerle azúcar o tomarlo amargo.
No sé si escupir el agua o beberme un trago.
No sé si mentirle a todos o no hablar con nadie.
No sé si pasar por alto o pensar aparte.
No sé si contar un cuento o inventar un libro.
No sé si quedarme adentro o buscar caminos.
No sé si escribo despierta o escribo soñando.
No sé si tu boca abierta va a decirme algo.
No sé si comprar cortinas o papel de diario.
No sé si salir corriendo o quedarme un rato.
No sé si mi letra es linda o es un espanto.
No sé si me hablás en serio o me estás cargando.
No sé si pararé pronto o seguiré andando.
No sé si tendré una moto o un auto caro.
No sé si mi vida entera será un milagro.
No sé si seré exitosa o seré un fracaso.
No sé si la tinta en gel es mejor que el caucho.
No sé quien es ese pibe ni quien es Mario.
No sé si podré mirarme y encontrar algo.
No sé si saber la hora o seguir pensando.
No sé si las uñas rojas o color claro.
No sé si las flores secas están llorando.
No sé si los ruidos fuertes son ruidos malos.
No sé si el amanecer hizo algún ensayo.
No sé cómo se combina la ropa oscura.
No sé si el perro que ladra me pide ayuda.
No sé cuándo terminar esta catarata.
No sé si no sé pensar o no se cortarla.
No sé por qué tantas dudas no me preocupan.
No sé si estás trabajando o estás a oscuras.
No sé si ser ordenada o lavar los platos.
No sé si escribir a máquina o seguir a mano.
No sé cuantas letras caben en el cuaderno.
No sé si iremos al cielo o al infierno.
No sé si el pescado crudo tiene algo de rico.
No sé si este texto largo tiene algo lindo.

miércoles, 29 de agosto de 2007

Voy a leer


"Aroma de café amargo". Me lo prestaste entusiasmada, con la consigna de que a mí me iba a gustar. Y lo miro. Lo miro llenar mi biblioteca vacía. Miro sus colores, su espesor y el dibujo de su tapa. "Sí, voy a leerlo" pienso, y me pongo a ordenar la cocina. Quizás mañana, cuando tenga más tiempo. Ahora tengo que pensar si hago fideos largos o rulito.
Ah, cuando tenga un velador. Ahí sí lo voy a leer, antes de dormir. Los días que no vaya a yoga, ni llegue muy tarde, ni alquilemos una peli. Lo voy a leer mientras él también lea. Sí, lo voy a convencer para que lea. Le va a hacer bien leer un poco.
Aunque si estamos los dos en casa, mejor charlar, si no nos vemos en todo el día.
Lo voy a leer en el colectivo, cuando viaje sentada. Últimamente no ando mucho en colectivo, pero podría empezar.
O mejor lo leo cuando voy al baño... pero voy a leer muy poco, no me sirve.
Queda bien en la biblioteca blanca, le da color.

Hace todo mal


El despertador no es malo, malos somos nosotros que lo hacemos sonar en momentos indesedos, cuando no queremos que suene. Y después lo odiamos, lo tiramos, lo empujamos. Pero guay con que un día no suene. Entonces lo odiamos más aun. Porque ese día no nos molestó, nos dejó seguir soñando. Quizás le dimos pena, sintió compasión por nosotros. O quizás nos avisó bajito y no quisimos prestarle atención, pero siempre va a seguir siendo su culpa.
Hace todo mal, nos despierte o no. Feo ser despertador, no se lo deseo a nadie.

viernes, 24 de agosto de 2007

Mientras suena el Ipod.


Ipod color nena que me hace compañía. Amor y sopa caliente, todo lo que quiero. Reset. Empezar de cero. Empezar otra cosa. Lindas cosas. Ahora sí. ¿Cambios? Eso le digo a la gente. Las palabras sencillas de decir y gustosas de escuchar. Pero yo no pienso en cambios, pienso en vidas, en momentos.
Cada momento esconde un mundo diferente. Los momentos son todo. A veces se olvidan algunos, pero de todas formas se vivieron.
Momento de sopa con vacas, vacas kosher. Momento de destornilladores. Ropa sucia y budín marmolado. Para revivirlo mañana. Bolsas, lindas, feas, llenas y vacías. Yadró (¿se escribirá así?), muñecos de porcelana ¿no dije que quería deshacerme de los muñecos? Regalos firmes y prometidos. El bolso que viene y va. Viene lleno, vuelve vacío y se llena de nuevo. Bolso con refill. Más disimulado que una valija, más lento, más tranquilo, sin apuro. Cajones mezclados. Medias y pijamas. Perchas de madera que nunca compramos. La calefacción: un tema aparte ¿cuándo prenderla? ¿en dónde? Heladera grande o con poca comida, y pava eléctrica, por ahora la estrella de la cocina, la única que ya empezó su trabajo de verdad.
Chiquito el parlante del Ipod color nena, pero qué potencia, con qué nitidez suena. Shuffle songs, que decida él, yo ya estoy eligiendo demasiado.
Topetinas, frazadas y cinta aisladora ¿todo eso necesita una casa? Papel afiche, una buena idea de buenos amigos. Austera, simple. Y el cuarto cerrado. Un rincón que se abrirá en otro momento. Con ideas, con proyectos. Por ahora, dos ambientes y una puerta con llave.
Alicate ¿no traje alicate? Esto de la espontaneidad a veces me juega en contra. Y menos mal que compré los posavasos, una visionaria. Plata tirada y compartida. Desorden y prolijidad. Luz, mucha luz. Mientras suena una canción desconocida que no sé cómo llegó a mi Ipod ¿la puse yo?
Joya nunca taxi. No entiendo esa frase, pero ahora tomo taxi. Llegaste. Qué lindo verte en casa. Dame un beso ¿o dormimos juntos? Ah, sí.

jueves, 23 de agosto de 2007

Neblina...


¿Serán ganas de no ver, que se nos aparecen a todos al mismo tiempo? ¿Será viento concentrado que se cansó de avanzar y quedó varado en un punto, y se fue acumulando, como el tráfico de la calle Corrientes en horas pico? ¿Será miedo, como en las películas de terror que veíamos a oscuras con una pila de chocolates que quedaban intactos, porque los nervios no nos dejaban comerlos?
No se qué es la neblina, ni por qué viene, ni para qué sirve, lo que sí sé es que los días con neblina son distintos. Tienen otra textura, otra escenografía. Porque la neblina oculta lo que hay más allá, y nos obliga a ver lo de más acá.
La neblina es el ahora, es lo que tenemos, lo que nos rodea y nos toca de cerca. La neblina es no fijarse en el afuera, en el futuro, en lo que viene, ni en los demás. La neblina es uno, tal como es, sin que nadie lo vea.
A veces la neblina es necesaria. Otras veces molesta, abruma con su presencia y nos llena de soledad.
Algún día la neblina se pondrá en venta, como todo en este mundo, y cada quien decidirá cuándo utilizarla. Entonces cuando uno necesite recordarse, sentirse, mirarse, tendrá su neblina para que lo proteja.
Quizás todos tenemos ya nuestra propia neblina ¿nos hará falta verla para percibir que está?

viernes, 10 de agosto de 2007

Black out


Sentada en mi casa, la que ahora va a ser mi casa, o ya lo es, o todavía no. Sentada esperando nada. Sí, esperando algo, pero sin el apuro del que espera, sin la carga del esperar, sin prisa ni ansiedad; solo esperando porque eso fue lo que me trajo hoy acá. Con el sol de la tarde, hermoso sol, el sol que elegí, que elegimos juntos, porque nosotros decidimos desde donde mirarlo, y pensamos cuidadosamente desde donde nos iba a mirar, y así lo quisimos. Y ahora que ya podemos disfrutarlo lo siento mío, nuestro. Tenemos un sol, y con eso tenemos todo.
Tan vacío pero tan lleno. Sin nada y a la vez con tanto. No hay muebles, ni siquiera un pequeño taburete (no sé si alguna vez tendremos uno), pero hay ideas, sueños, ganas y proyectos. Hay risas, besos, miradas y caricias. Hay esfuerzo, dedicación y empeño. Hay todo lo que necesitamos, porque hay el amor que nos tenemos.
Un ruido me hace asomar al balcón y mirar la calle, la vieja calle, o la nueva calle. No es la misma calle que caminaba hace algunos años, se ve distinta. Más grande, más seria, más sólida, se ve desde arriba, pero sí es la misma.
El barrio también se ve distinto, mi viejo barrio, o mi nuevo barrio, el barrio que me vio crecer y el que ahora nos va a ver juntos.
Tenemos black out, que se suba el telón y que empiece esta nueva vida.

domingo, 5 de agosto de 2007

¿Fiaca?


Algo no me deja levantar, llamémosle "fiaca", no se. Lo cierto es que se me terminó la tinta de la birome antes que la hoja, y en un intento desesperado por extraer la última gota que quedara, la birome cayó al piso y rodó al otro lado de la cocina, y justo cuando estaba por confirmar mi teoría acerca de que la fiaca no me dejaba levantar, sin pensarlo me paré de un salto para despedirme de ella y tirarla a la basura.
Entonces mi teoría se derrumbó de golpe. ¿Era realmente fiaca? ¿Qué es la "fiaca" en realidad? ¿Qué se esconde detrás de ese término -porque ya pasó la categoría de palabra- que funciona como aliado indestructible y justifica cualquier falencia, irresponsabilidad u omisión del que se la adjudique libremente?
"No fui, me dio fiaca". Ah, entonces no hay problema. "No lo hice porque tenía fiaca". Perfecto, si es así, no hay nada más que hablar. O peor aun "Lo haría, pero me da mucha fiaca".
Qué hipocresía. Es obvio, salta a la vista de cualquiera que lo quiera analizar, que la "fiaca" es un fiel reflejo de las ganas. Es la forma sutil y homologada socialmente de decir "NO SE ME CANTA".
¿Por qué no hablamos con propiedad? ¿Por qué no dejamos de ser tan falsos? ¿Por qué buscamos la manera de quedar siempre bien ante los demás, de ser comprendidos y apoyados, en lugar de decir lo que realmente sentimos?
Y me quedé sin ganas de seguir escribiendo. Me surgieron ganas de levantarme de esta silla en la que pasé las últimas dos horas. Y entonces dejo todo y me voy, porque se me canta.

lunes, 30 de julio de 2007

Dolor de cuello


El dolor no me deja escribir ¿es realmente así? Parece serlo, pero ¿por qué el dolor?
Uf! Malditas explicaciones. El dolor porque sí, porque a veces duele, porque le pasa a cualquiera. Pero cuando le pasa a uno surgen las interpretaciones. ¿Quién quiere interpretarlo? Es dolor y punto.
Sobran las formas de entenderlo y los motivos a los que adjudicárselo. Pero no nos enrollemos con especulaciones ni saquemos conclusiones falsas e inventadas. Es un dolor como cualquier otro. Hoy me tocó a mí. Mañana será alguien más. Al que le toca, le toca. Como el terrome-terrome. A veces es así, y basta. ¿Qué tantas explicaciones? ¿O acaso cuando hacíamos terrome nos cuestionábamos por qué le había tocado al pobre desafortunado que salió? Le había tocado, y punto. Mala leche, agua y ajo -a aguantarse y a joderse-. Así es la vida, a veces toca.

lunes, 23 de julio de 2007

Hombre cartón

Ganador, altanero y vaquero.
Compañero, hombre fiel, triunfador.
Constructor de la vida, comprador de alegría,
Un buenazo, un compinche, un señor.

Cuando busca pan para su vida.
Cuando pasa el tren del terror.
Y camina las calles tan frías.
Cuando el hombre se llama cartón.

Mal conocido, hombre bandido.
Ser decadente, alma imprudente.
Pobre de sueños y de esperanzas.
Un mal nacido, chorro de raza.

Tren callejero, dame dinero.
Busca fortuna por la basura.
Canta bajito, silba poquito.
Nadie lo mira, es porquería.

Pasan las calles, pasa la vida.
Vuelve a su casa, busca alegría.
Pasan los años y su estación.
Vuelve a su barrio, es un señor.

En un cuarto, quince

Son personas, almas sueltas por la vida.
Nada pueden decir, nada quieren callar.
Y se miran y se piensan y se escuchan
Y se ayudan y se sienten y se van.

No se tocan, no se miran, no se lloran.
No se juzgan, no se huelen, no se están.
Parpadean y se llenan de preguntas.
No responden, solo piensan, nunca mal.

En un cuarto quince almas se lamentan.
En un cuarto quince sueños que se van.
Muchos crecen, muchos sufren, muchos quedan.
En un cuarto quince rostros que no están.

Las paredes los escuchan desde lejos.
Las miradas más perdidas pasarán.
Los carteles, los avisos y los besos.
Las penumbras, los encuentros que serán.

Piden fuerte, no se callan.
Piden pronto, piden más.
Son tan pocos en el mundo.
Están solos y no están.

En un cuarto quince almas se lamentan.
En un cuarto quince sueños que se van.
Muchos crecen, muchos sufren, muchos quedan.
En un cuarto quince rostros que no están.

miércoles, 6 de junio de 2007

Son


Son los presos que caminan por las calles.
Los reclusos que se mueven, van y vienen.
Prisioneros que deambulan por la vida libremente.
Son sujetos del amor y no del tiempo, son cobardes.
Son espejos empañados, ingravables.
Son los hombres que no logran liberarse.
Son su historia, su misión y su presente.
Son la tierra sin un cielo que los riegue.
Son los muertos que acompañan a los vivos.
Son cadáveres con fuerza, sin motivos.
Son un día sin deseos ni alegrías.

Y mejor alejémonos de ellos.
Que no pasen ni cercanos por mi vida.
Reconozco sus disfraces desde lejos.
Son el miedo a contagiar mi sangre fría.

Se sintieron

El salón estaba lleno y ella sentada en una esquina. La gente murmuraba, algunos se reían en voz alta.
Y de pronto entró él, con su sonrisa brillante y esa presencia inconfundible que alumbra cualquier lugar. Y entonces estaban solos. Ella podía sentir su mirada y hasta oír su respiración. Nadie más importaba en ese cuarto. Ella y él, como nunca. Se miraban a escondidas. Se sentían.
Y se fueron, cada uno por su lado, sin hablarse, sin cruzar siquiera una sonrisa cómplice, como siempre.

Pasa...


A veces lo veo correr como si estuviera jugándole una carrera a alguien, o como si tuviera que llegar sin falta a algún lugar, quién sabe donde.
Otras, parece caminar lento y tranquilo, pausado, como si estuviera paseando o quizás preparándose para empezar; pensando o solo disfrutando.
A veces lo siento perseguirme como si tuviera algo contra mí. Lo siento en mis espaldas generando una carga pesada y molesta. Pero de pronto se distrae y me deja, y parece ensañarse con otro que quizás esté aún peor que yo, y le pese más, y más fuerte, sin piedad.
De vez en cuando me olvido de él. Lo dejo pasar. Entonces aparece de repente y sé que sigue estando ahí, que nunca se fue.
Ya lo conozco, sé que es demasiado fuerte y que nunca lo voy a poder alcanzar ni vencer. Ya ni siquiera lo intento. Pero sigo tratando de entenderlo.
Me cuesta. Me cuesta jugar con él, interpretarlo, seguirlo. Me cuesta entender qué quiere y por qué. Me cuesta asumir que está y que va a estar siempre, que nunca jamás se va a ir. Y que va a seguir pasando. Entonces pienso “él se la pierde, por seguir y no parar, por no quedarse”. Pero el tiempo es así, y no hay nada que yo pueda hacer para cambiarlo.

jueves, 31 de mayo de 2007

A HERNÁN, mi amor, mi locura, lo que nunca le escribí.


Cada vez que le decía “escribí algo” me preguntaba con ojos esperanzados “¿una carta para mí?”. Podía ver en su mirada la ilusión de recibir un ramo resplandeciente de palabras hermosas. Una nueva sensación que haya surgido en mi alma y repercutiera en él como un destello de felicidad. Una confesión divina, una frase salvadora, un pase con garantía para la alegría eterna.
Y nunca escribí la carta. No me atreví a intentarlo. Temí apagar esa fabulosa ilusión de un algo maravilloso que ni él ni yo sabemos qué es.
Y me quedé con sus ojos brillantes. Preferí su mirada esperanzada, esa que me confirma que está esperando algo, y por eso va a quedarse.
Y entonces no se lo dije, no le confesé nunca que él para mí lo es todo.

miércoles, 30 de mayo de 2007

Pincha Mayurasan

Pincha Mayurasan es una postura de yoga. No recuerdo bien cual, me cuesta asociar esos nombres tan particulares con la forma de acomodar el cuerpo, fortaleciendo alguna parte y elongando otra, construyendo y soltando, conteniendo el aliento pero a la vez respirando.
Pero cuando la profesora dice con voz fuerte “Pincha Mayurasan” no puedo evitar pensar en diferentes tipos de pinches que por lo general, supongo que en atribución al hambre que me genera el ejercicio, termina por ser una especie de pinche largo y de madera que finalmente toma forma de brochette. Una brochette perfecta acompañada de gente a la que quiero, en definitiva, un lindo momento.Y todo eso transcurre en mi cabeza, mientras mi brazo izquierdo se tonifica y el derecho se estira hacia el infinito, y mis glúteos se contraen, y la pelvis se relaja. Y así se pasa la clase de yoga con la dicotomía típica de quien no tiene la cabeza en el mismo lugar que el cuerpo. Y así se pasa la vida, imaginando un lugar y yendo a otro, volando con los pies sobre la tierra, cantando para adentro, cumpliendo los mandatos.
Y cuando quiero volar solo me digo “Pincha Mayurasan”, y vuelvo a la brochette de mis sueños.

La ciudad

De pronto se sintió un fuerte temblor, seguido de un estallido seco y poderoso que separó, sin titubeo alguno, la ciudad en dos. Una catástrofe nuclear o un castigo del más allá que nadie se preocupó por entender. Simplemente los sobrevivientes comenzaron a correr desahuseados y desesperados, sin rumbo. Se chocaban entre ellos, se pasaban por encima, se buscaban, giraban en círculos más grandes y más pequeños, algunos hasta giraban sobre sí mismos. Todo estaba perdido. Sus casas y caminos, sus familias y hasta ellos mismos.
Algunos tomaron rápidamente la decisión de escapar. Huir hacia otro lugar quizás más seguro. Otros no pudieron con su propia angustia y murieron allí mismo, en medio del caos. Solo uno, un fuerte o un astuto, logró escabullirse por encima del hacha, alcanzar al cruel leñador y pellizcar con toda su furia la mano del hombre que les había apagado la vida. Pero él también murió, ante el comentario de otro humano que anunció fría y desinteresadamente “Tenés una hormiga en el brazo” y luego, la oscuridad completa.

jueves, 24 de mayo de 2007

Historia urbana

Hoy viajé en colectivo al centro. Hace mucho no viajaba, y lo hice porque quise. Podría haber ido en auto, pero no, elegí el colectivo. Elegí despejar la mente, no preocuparme por si el de adelante va muy despacio o si el de atrás parece estar apurándome con la mirada por el espejo retrovisor. Elegí que el horario de llegada no dependiera de mí, sino de la voluntad del pobre colectivero malhumorado que probablemente hiciera lo posible para atravesar a cuanto auto se le cruzara con tal de terminar rápido su dosis de vueltas diarias y volver al fin a su casa, a descansar. Elegí la gente, viajar acompañada, apreciar el paisaje, tener las manos libres y la mirada perdida. Pero así también, elegí la guerra.
Ya había casi olvidado esa sensación maniática y a la vez entretenida de viajar en un colectivo lleno, pero no necesité ni diez segundos para recordarla. Subí, contemplé el panorama, y entendí que la lucha había comenzado.
Hice un análisis profundo antes de tomar mi posición. Adelante, gente grande, asientos para discapacitados, pocas probabilidades de ganar un lugar rápido. Y si acaso lo ganara, posiblemente correría el riesgo de tener que perderlo ante el ingreso de algún pobre hombre mayor que lo necesitara más que yo. No. No podía permitir que eso me pasara. Esa es la pérdida absoluta. La derrota total. Es como si un país en guerra perdiera todo su ejército para ganar un territorio y luego lo devolviera a su país de pertenencia. No podía arriesgarme a verme en esa situación en la que el pobre hombre mayor inocentemente subiera con la espalda encorvada y la cabeza gacha, y yo comenzara despiadadamente a girar la cabeza para aparentar que no lo ví. Mirar atentamente por la ventanilla como si del otro lado hubiera algún espectáculo maravilloso que no me pudiera perder. O peor aun, me hiciera la dormida repentinamente, con la culpa remordiéndome la consciencia y sin el valor de abrir los ojos para verificar si alguien le había cedido finalmente el asiento a ese pobre viejo, así yo pudiera nuevamente depertar. No, no podía ni quería llegar a esa situación.
Caminé hacia atrás, pasando la puerta del centro, donde se albergan los más jóvenes y quizás también los que planean un viaje más largo. Pero me arriesgué. Alguien en algún momento tendría que bajar.
Me acomodé en el medio de dos asientos, sabiendo que así tendría más posibilidades de ganar cuando se bajara uno u otro. Pero la gente empezó a subir y el colectivo se empezó a llenar. Ya no podría ocupar dos lugares, tendría que decidir.
Los otros como yo me miraban desafiantes, alertas y preocupados por ver la decisión que iba a tomar, y me hacían saber con sus miradas que no habría vuelta atrás. Una vez que decidiera el lugar, nadie me ofrecería pasar ni me cedería su fortuna si el momento llegara. Entonces me decidí. Aposté todo al chico de barbita candado que escuchaba música en su Motorola V300 negro. Tenía las mismas zapatillas que yo, las Nike grises, eso me gustó pero no fue por eso que lo elegí. A decir verdad, tampoco fue por él, y creo que ese fue mi principal error. Elegí ese lugar porque era el que tenía el caño que va del piso al techo, y me permitía agarrarme más comodamente que las manijas de los respaldos que hay en los asientos. Sí, elegí la comodidad. Elegí luchar desde una posición de privilegio, y por eso perdí.
Muy en el fondo yo sabía que él no se iba a bajar antes que yo. Me lo decía su cara, su aspecto, su forma de acomodarse en el asiento tratando de encontrar la mejor posición porque obviamente todavía le quedaba un largo tramo por recorrer. Lo noté también en su mirada y en su forma relajada de contemplar el paisaje. No como quien vislumbra el lugar al que está por llegar, sino más bien como aquel que pasea sin importarle el tiempo.
Y sí, me equivoqué. Perdí. Me comí un viaje de cuarenta minutos parada, mirando con bronca a los afortunados que se sentaban. A aquellos suertudos e inteligentes que habían elegido mejor que yo, que supieron estar en el lugar indicado en el momento justo. A los que me habían ganado.Bajé del colectivo con la frente en alto, asumiendo mi pérdida con un orgullo casi soberbio. Inclusive bajé antes de lo que debía. Preferí caminar las pocas cuadras que me faltaban, un poco resignada sabiendo que de todas formas iba a seguir estando parada, y otro poco como castigo por mi propia derrota.

Pantuflas para la vida

¡Qué gracioso, por favor! Salí de casa en pantuflas. Salí a disfrutar cómodamente la vida. Salí sin la presión de las botas ni las vueltas de los cordones. Sin la mirada juzgadora. Sin el atormento de las apariencias. Salí como quien se siente en casa, como aquel que está plácido y tranquilo en su mesa de living. Salí como si no saliera yo.
Y ahora me río. Me río de ese intento fallido e inconsciente de no encasillarme y acartonarme. De no fijarme. De distenderme y de no preocuparme.
Me río por haber elegido la comodidad a las apariencias. Me río por haber deseado. De ese “yo” me río. Pero digo ¿no debería reírme del otro? Del “yo” que se prepara, que se preocupa, que planea y calcula, que se atormenta, que se presiona, que decide cómo verse según las circunstancias y lo que vayan a pensar los demás.
Y entonces digo “¡Qué gracioso, por favor!”, pensar quince veces qué ponerse a la mañana, calculando y especulando fríamente con el accionar del día. Programarse, como si uno fuera una máquina productiva que no pudiera parar para sentir, para disfrutar. Qué gracioso no acordarse. No acordarse de uno, de lo que quiere, de lo que es. Qué gracioso aparentar, ocultarse, disimular, disfrazar tras un par de botas con estilo la verdadera y simple personalidad.
Qué lindo. Qué lindo sería relajarse. Ir en pantuflas por la vida. Acomodarse. Salirse, empezando por los pies, liberándolos. Y qué lindo sería respetarse. Respetar el deseo, el juego, las pantuflas. Qué distinto sería todo si pudieran respetarse las pantuflas, envueltas en un caminar cómodo y pausado, tranquilo y auténtico.
Pantuflas despojadas de prejuicios y repletas de sinceridad. Pero no pantuflas de moda, eso no, eso implicaría caer de nuevo en la banalidad. Pantuflas personales, mis pantuflas, las que me reconfortan y me acompañan, las que me abrigan cuando solo necesito eso. Pantuflas de placer y de nada, solo pantuflas, pantuflas de entre-casa.