lunes, 12 de noviembre de 2007

La mirada de él

Un día ella se dio cuenta de que él no la miraba. Empezó por sospecharlo aquella vez en la fiesta de graduación, cuando sin querer uno de los botones de su escote se había soltado, dejando ver su pecho casi por completo, y habían estado bailando juntos casi toda la noche, pero él no le había dicho nada. Tuvo que llegar a su casa para recién darse cuenta al entrar al ascensor. Se sorprendió de su actitud, y comenzó a pensar en tantos otros momentos en los que había sucedido algo parecido. Para su último cumpleaños, por ejemplo, cuando le regaló esos aros con la piedra violeta, y ella le dijo “¿no te fijaste en que no uso aros?”, y él solo pudo excusarse bajo un pretexto inventado en el momento “pensé que no usabas porque no tenías ninguno”. Mentira. Pura mentira. No lo pensó porque no la miraba.
O para el casamiento de su amigo Juan, cuando ella apurada olvidó su cartera en el salón y le pidió que se la alcanzara, y vino con la cartera de otra, otra cartera totalmente diferente, una cartera verde para ella que estaba de rosa. Y la mujer corriendo atrás, pensando que se la estaba robando. Un papelón. Un papelón que no hubiera pasado si él la hubiera mirado.
Esa noche, después de la fiesta de graduación, casi no pudo dormir pensando y recopilando esa lista de momentos en los que la había pasado por alto. Estaba casi segura de que tenía la razón, pero quería confirmarlo por completo antes de tomar cualquier decisión. Entonces decidió probarlo. Al día siguiente la pasaría a buscar para el asado en la casa-quinta de Martín. Iba a ser al aire libre y como ya estaba entrada la primavera quizás podrían meterse a la pileta.
Apenas escuchó el motor de su auto en la puerta bajó corriendo las escaleras. Llevaba un jogging rojo de su hermano menor que no le llegaba a los tobillos, y una blusa floreada que usaba de vez en cuando, sólo para parecer mayor. En los pies las ojotas negras y una mochila gastada de sus épocas de colegio. Entró al auto con una sonrisa intentando parecer natural. Él la saludó con el beso de siempre y esos ojos brillantes que parecían más claros cuando la veían. Arrancó rápido diciendo que estaban demorados.
En el camino hablaron de cualquier cosa menos de su aspecto. Nada, ni un comentario. Ella empezaba a ponerse de mal humor. Su teoría se estaba confirmando, y el resultado final no tendría vuelta atrás: si ella comprobaba que él no la miraba, estaba decidida a dejarlo.
A la media hora de viaje ella decidió que no podía esperar más, haría la última prueba, y si su actitud no se revertía, le haría saber en ese mismo momento de su decisión. Así fue como tratando de poner su mejor sonrisa sacó de su mochila gastada un traje de baño naranja que le había sacado a su madre. Lo estiró por completo delante de él, dejando ver que se trataba de una sola pieza, con pespuntes azul marino y un pequeño bolado a los costados de las caderas del mismo color. “Me traje una maya por si hace calor”, le dijo. A lo que él sonrió con simpatía para comenzar a hablar de lo mucho que le gustaba el agua y que ojalá pudieran meterse a la pileta todos juntos. Se acabó, la prueba había terminado. Solo quedaba comunicarle su decisión.
Ella –Esto se acabó.
El -¿qué se acabó?
Ella -Esto, lo nuestro, se acabó.
El -¿qué te pasa?
Ella -Nada, eso, que se acabó, que no quiero seguir así.
El -¿así cómo? No te entiendo.
Ella –así, con esta relación.
El – No entiendo lo que te pasa, hace un minuto estaba todo bien y ahora me decís que no querés seguir con esta relación.
Ella – Hace un minuto no estaba todo bien, yo estoy mal desde hace tiempo, solo que vos no te diste cuenta.
El - ¿y cómo me voy a dar cuenta si nunca me lo dijiste?
Ella – Es que ahí está el problema, en que no te das cuenta.
El – ah ¿y por eso la relación no va más? Porque yo no me di cuenta de que vos estás mal porque no me doy cuenta. No entiendo, ¿de qué querés que me dé cuenta?
Ella – de nada, ya está, ya es tarde.
El – estás loca. ¿sabés qué? Tenés razón, no me di cuenta.
Ella - ¿De qué?
El – de que estás loca. No me había dado cuenta.
Ella – No estoy loca. No entendés nada.
El – No, la verdad que no te entiendo.
Ella – Por eso, no podemos seguir si no nos entendemos.
El – Ok….
En ese momento se dieron cuenta de que un policía los llamaba con su silbato, es que con la discusión él había elevado bastante la velocidad, sin darse cuenta. Se hicieron a un costado de la autopista y comenzaron a entregarle al policía los documentos suyos y los del auto. Mientras tanto, seguían en voz baja:
El – yo no me chupo el dedo sabés, ya sé que conociste a otro.
Ella – no conocí a ningún otro, me di cuenta que esto así no va, nada más.
El – y yo me di cuenta de que conociste a otro. ¿o acaso creíste que como no te decía nada no me había dado cuenta? Si no te dije nada fue porque quería ver hasta dónde llegabas.
Ella -¿hasta donde llegaba con qué? Te estás haciendo una película que no es.
El policía les devolvió los documentos, con la advertencia de que bajen la velocidad si no querían tener más problemas de los que ya parecían tener, y les recomendó gentilmente que si tenían temas por discutir, no lo hicieran manejando en la autopista. Así que permanecieron ahí mismo, con el auto parado y las balizas puestas:
El –aunque sea decime quién es. ¿Es el de la fiesta de graduación? El que te miraba desde la barra cuando bailabas conmigo, con el vestido desabrochado.
Ella –ah, entonces viste que mi vestido estaba desabrochado y no me dijiste nada.
El –claro que lo vi, pero a vos ni te importaba ¿qué te iba a decir? Si estabas tan contenta de que finalmente te recibiste… era él ¿no? El pibe de la barra.
Ella -¿qué pibe de la barra? No sé ni de quién estás hablando, yo solo te miraba a vos esa noche.
El –desde esa noche estás distinta. Me mirás diferente, te ves diferente… yo ya me di cuenta de lo que pasa.
Ella –a ver ¿qué pasa?
El –querés dejar de gustarme.
Ella -¿eh?
El –claro, querés dejar de gustarme para que yo te deje y entonces vos seas la víctima y puedas salir con el otro tranquila. Porque si vos me dejás a mí y después estás con otro serías la mala, y vos nunca querés quedar como la mala, entonces intentaste dejarme ese papel a mí. Pero yo no te dejé, no te di el gusto, entonces no aguantaste más y me tuviste que dejar. Seguro que el otro te presionó, te puso un ultimátum…
Ella –estás loco. Estás totalmente loco. No entiendo qué te hace pensar que estoy con otro, que quiero dejar de gustarte para que me dejes.
El- es muy claro, mirate, mirá cómo estás vestida, querés que te vea fea, mirá esa maya del siglo pasado que trajiste. Pero, ¿sabés qué? Te falló la estrategia. Si querías que te deje hubieras dejado de sonreírme, hubieras dicho cosas estúpidas de esas que sabés que no me banco, te hubieras negado a escucharme cuando necesitaba un consejo, hubieras hecho alguna de esas cosas que si me conocieras bien sabrías que me importan mucho más que la ropa que llevás puesta o el peinado que tenés en la cabeza. Evidentemente no me conocés, por eso te salió mal. Te salió todo mal. Pero en algo tenés razón, esta relación no va más.
Ella se quedó callada. No pudo responder nada, absolutamente nada. Contuvo las lágrimas hasta que él la depositó de nuevo en su casa. Abrió la puerta sin saludar, bajó del auto y lloró, lloró sola parada en la calle mirando cómo él se iba y culpándose a sí misma por haber perdido a ese hombre maravilloso.

lunes, 5 de noviembre de 2007

El peinado

¿Y si el peinado fuera el reflejo de lo que nos pasa en la cabeza?

- ¿Te gusta mi trenza?
- ¿Qué trenza?
- Esta, la que tengo en la cabeza.
- No tenés ninguna trenza.
- ¿Cómo que no? si yo venía pensando en algo y de repente se me cruzó la idea de otra cosa y me acordé de lo que me dijeron ayer y entonces me olvidé de mi idea anterior, la primera, y empecé con lo otro, lo que ví por la calle, pero justo llegaste vos y no sé... pensé que tenía en la cabeza una trenza.
- Sí, tenés razón, ahora la veo, tenés una trenza.
- Ah ¿y te gusta? ¿me queda bien?
- No sé, le falta algo... fijate si le podés dar una vuelta...
- Pero entonces sería un rodete.
- Sí, un rodete, pero con la trenza también, todo junto.
- ¿Todo junto? ¿no se me va a hacer un nudo?
- ¿Un nudo en la cabeza? Puede ser.
- Mejor desarmemos todo.
- Sí, a veces hay que empezar de nuevo.