viernes, 28 de septiembre de 2007

El bar

Este lugar tiene unas medialunas horribles, pan con forma a medialuna. Por lo general atienden mal, las mozas se entretienen charlando en la barra y no te miran cuando las llamás. El café es normal, no tiene nada especial, pero por algún motivo la taza siempre llega chorreada en uno de los costados.
Las sillas son de madera vieja, rígidas y duras, muy poco confortables. Y las mesas, también de madera, casi todas tambalean y no se mantienen firmes.
La carta consta de una hoja tamaño oficio impresa en papel madera oscuro, y suele tener manchas de grasa o comida que dificultan la lectura de la mayoría de los platos que se ofrecen.
El salón principal, colmado de mesas una al lado de la otra, no tiene demasiada luz natural, ni siquiera los días en los que el sol brilla con su mayor fuerza. Las ventanas no son muy grandes y la construcción está como metida para adentro, por lo que el techo se plagó de viejas lámparas con luz amarilla que genera un clima tenue y quizás un poco melancólico.
Yo visito este bar cada jueves desde hace ya varios meses. No porque me guste, claro está, pero de todas formas sentarme en este bar me genera algo especial.
Acá la gente parece feliz, relajada, despreocupada. A nadie le importa si la mesa se mueve o la taza está sucia, nunca escuché que nadie se quejara. La gente viene a pasarla bien, a disfrutar, viene porque quiere. Hay parejas enamoradas, grupos de amigos, siempre algún extranjero y personas que se reúnen cordialmente por algún tema de trabajo, supongo. También hay gente sola, como yo, que disfruta de mirar.
Acá todos son bienvenidos. Nadie está de más ni queda fuera de lugar. Un hombre con traje, la chica de las polainas, la mujer con botas de cuero y tapado de visón, el que recorre las mesas ofreciendo cds truchos en una cajita de cartón. Todos nos sentimos cómodos. Todos estamos como queremos estar. Qué lindo es este bar, me encanta.

miércoles, 26 de septiembre de 2007

Llena y vacía

Quizás no pasó tanto tiempo desde aquella última vez, pero pasaron tantas cosas. Porque el tiempo es así de elástico. En la misma cantidad a veces entra mucho y otras no entra nada. Como las hojas de un cuaderno, que se llenan de sueños, de datos, de aprendizaje o sólo de boludeces. O a veces de todo junto.
Como la alacena de la cocina, que a veces no tiene nada y otras parece tener demasiado.
Como las panzas, chatas a la mañana e infladas después de cenar.
Como el perro de la esquina, a veces lleno de furia y a veces repleto de calma.
Como el barrio, tan tranquilo los domingos pero ruidoso los lunes.
Como la cama, tan radiante cuando estás y vacía cuando te vas.
O como el sol, tan brillante cuando quiere, solamente cuando quiere.
Como la vida. Tan feliz cuando llegamos. Triste cuando fracasamos. Perfecta cuando soñamos. Tranquila cuando esperamos. Dulce cuando nos miramos. Oscura cuando callamos. Tan hermosa cuando amamos. Vacía cuando no estamos. Pero siempre, siempre viva. Viva si la disfrutamos.

martes, 11 de septiembre de 2007

Llueve

¿Llueve o graniza? Porque viste que a veces no se ve muy bien. Y en la radio dijeron que iba a granizar. Pero dicen tantas boludeces en la radio. Y como no quiero abrir las ventanas porque me entran los mosquitos, tampoco escucho el ruido, si suena más como agua o como hielo. Pero afuera hay autos estacionados y nadie salió corriendo desesperado a tratar de ocultarlos y prevenirlos de una posible tempestad. Ni siquiera mi mamá, que ya supo lo que es andar con un auto que era lo más parecido a un adolescente de 16 años tratando de combatir un ataque de acné. Así que supongo que llueve, que cae agua digo. Agua desparramada, y no con forma de pequeñas bolitas apretadas que se lanzan con fuerza desde el cielo, como si le tuvieran bronca a algo.
Sin embargo a la gente no se la ve tan contena. No se sienten a salvo y agradecidos de que esta vez es sólo agua. Corren. Corren asustados tratando de buscar la mejor forma de que eso que llega desde arriba los toque lo menos posible. Se mueven rapidamente con pasos agigantados, intentando incluso que ni siquiera las suelas de sus zapatos tomen contacto con esa nube deshecha que yace ahora en la vereda y se acumula en los huecos del asfalto.
Entonces comienzo a dudar. ¿Será solo agua? ¿o tendrá alguna sustancia peligrosa y quizás hasta mortal? ¿será la famosa “lluvia ácida” que tantas veces escuché nombrar pero nunca me molesté por averiguar lo que quería decir? Pero si fuera ácida ¿la gente cómo lo sabe? ¿Lo habrán dicho en la tele? En la tele dicen tantas boludeces. Más que en la radio. Porque acá no solo lo anuncian sino que además lo muestran, así que doblemente boludo parece todo. No creo que la gente lo sepa por la tele.
¿Verán algo que yo no veo a través de la ventana empañada? ¿Tendrá otro color? ¿Será más pesada? ¿Olerá mal? No aguanto esta inquitud, voy a salir a ver qué pasa. ¿Salir con esta lluvia y empaparme? ¡Ni loca! Me quedo en casa. Ah, ya entendí por qué la gente corre.

lunes, 10 de septiembre de 2007

El muerto


“Hoy algún muerto va a haber”, me dijo con total liviandad el hombre de las fotocopias, esbozando una sonrisa. Y yo me paralicé por dentro. ¿algún muerto? ¿cualquiera? ¿puedo ser yo, o alguien que yo conozca? Me dio pánico. Más del que me había dado ver al micro de los barra-brava pasar, haciendo señas de “los vamos a matar” por las ventanillas.
Pensé en encerrarme en mi departamento y no salir hasta el día siguiente, hasta que los barra-brava hubieran vuelto ya con su micro para su casa, para su barrio, lejos. Pero aun así tenía miedo. Miedo por el muerto. Ese muerto todavía desconocido que el hombre de las fotocopias anunció sin vacilar, mientras ordeneba las hojas que se la habían mezclado por mirar el micro pasar.
Pensé que tenía que hacer algo. Ayudarlo. Advertirle de su situación para que pudiera escapar, o aunque sea estar prevenido. ¿Pero cómo poder encontrar a alguien que aun no sé quién es, que nadie lo sabe, ni siquiera el hombre de las fotocopias? Posiblemente lo encuentre después, cuando Crónica TV anuncie sobre su placa rojo chillón que el partido dejó como secuela un muerto y quien sabe cuántos heridos. Y entonces será demasiado tarde. Habré conocido al muerto cuando esté muerto. No habré podido salvarlo. Y mi hermana que siguiendo los consejos de los mayores me dice “rajemos de acá”. Y yo le respondo convencida “Andá vos, yo me quedo”. Me quedo para por lo menos intentarlo. Me quedo para no pasar el resto de mi vida sintiendo que escapé. Me quedo, aun sabiendo que si lo hago, el muerto puedo ser yo.

viernes, 7 de septiembre de 2007

Prefiero no saber

¡Maldito quita-esmalte! Se derramó sobre la mesa con la naturalidad del agua cuando cae de una catarata. Pero no es agua, y no está en una catarata. Es quita-esmalte sobre la mesa de madera blanca. Fuerte, con un olor intenso, difícil de olvidar durante horas y una consistencia capaz de desteñir hasta el más vivo de los rojos. Y la mesa blanca, sucia con el paso de los años, quedó con un manchón más blanco que el propio algodón, dejando en evidencia la suciedad que tan pareja se mantenía y se hacía difícil de notar. ¿Y todo por qué? Por hacer lo que no se debía, y fundamentalmente, por hacerlo a sabiendas de lo que podía pasar. Y entonces pasó. Pasó porque sabía que pasaría, y cuando alguien sabe que algo puede pasar, esa ahí cuando pasa.
Por eso es que el refrán de las abejas que leí alguna vez en algún lado -no recuerdo dónde- resulta tan sabiamente maravilloso: "Aerodinamicamente el cuerpo de una abeja no está hecho para volar. Lo bueno es que la abeja no lo sabe."
Y claro, imaginemos que una abeja leyera esto. Diría "¡Oh, no! ¡Mi cuerpo no está preparado para volar!". Entonces si la abeja estuviera en ese momento parada, probablemente no volaría nunca más. Directamente dejaría de intentarlo, por temor a hacer algo que su cuerpo no estaría en condiciones de hacer.
Ahora, supongamos que la abeja lo leyera mientras está volando. De pronto no entedería cómo es capaz de estar haciéndolo, y comenzaría a dudar del fenómeno, entonces la inseguridad invadiría su cuerpo y ahí, en ese momento, probablemente sus alas dejarían de moverse, su lomo le resultaría demasiado pesado, y entonces ¡pum!, caería al vacío, confirmando que entonces era cierto, su cuerpo no estaba hecho para volar, y ahora lo sabía.
Por eso yo prefiero no saber. No me digan lo que puede pasar. No me digan lo que no voy a poder hacer. Déjenme intentarlo. Y si acaso la ignorancia no me fuera de ayuda, déjenme compobar que fracasé.

Uno

Creía que ser uno era todo. Uno solo, una cosa. Uno para todo y todo para uno. Ser un todo entero, íntegro. Uno comprometido con uno y con todo. Uno al 100% y solo para uno.
Pero resulta que uno puede ser muchos. Que uno hace muchas cosas, muy distintas. Y muchos son para uno. Y todo es para muchos. Y es mucho para todos. Y que ser uno es mucho. Entonces somos mucho más que uno. Y eso es bueno, mucho más bueno que ser sólo uno ¿o no?

martes, 4 de septiembre de 2007

Justicia

"La justicia no es racional", me dijo mi mamá. O algo así. Pero no hablaba de la justicia de las cortes, esa que casi nunca hace justicia, hablaba de la justicia de más allá, la mística, la religiosa, la que cada uno le otorga el significado que le parece, o que le enseñaron a otorgarle sus padres desde el día que nacieron. Hablaba de esa justicia que nunca entendemos, que a veces hasta puede resultarnos azarosa. Esa justicia que no elegimos ni de la cual podemos opinar. Esa justicia que nos acecha cada día, en cada momento y en cualquier lugar. Esa justicia tan poderosa que a veces algunos hombres pretenden conquistar. Pero no pueden. Nunca podrán. Porque por más que crean que lo lograron, un día les tocará a ellos, y se darán cuenta de que no lo consiguieron.
Cada tanto pienso en ella, supongo que todos lo hacemos. Y caigo en la constante trampa de tratar de comprenderla. Imagino cómo va a actuar y por qué, y hasta intento convencerla. Pero sé que no tendré ningún éxito. Sé que nadie en este mundo lo tendrá. Y entonces mi mamá tenía razón. Qué sabia es mi mamá. La justicia no es racional.