lunes, 29 de octubre de 2007

Hojas

Hay hojas que se mueven cuando hay viento, que se caen en otoño y crecen en primavera.
Pero hay otras hojas que no dependen del viento para moverse, que no dejan que la llegada del otoño las debilite, y que nacieron un día, porque sí, sin preguntarse si sería un buen momento para nacer.
Esas hojas, las que viven más allá de la estación, más allá del clima y más allá de todo, son las hojas más felices.

viernes, 26 de octubre de 2007

Sound

Empieza por ser un sonido suave, como la introducción tímida de alguna historia inventada. No se sabe bien de donde sale, no se ve.
De a poco va adquiriendo un ritmo profundo. Se hace más largo y más intenso. A veces parece irse, pero vuelve constante y permanente. Va y viene.
Y entonces toma forma, se hace personal y único, como si contara el cuento de su vida, un momento.
Y así se mantiene. Yendo y viniendo. Firme. Eterno. Toda la noche.
Entonces despierta y parece como si eso nunca hubiera existido. Como si la historia nunca se hubiera contado. Como si el sonido hubiera sido de otro.

miércoles, 17 de octubre de 2007

Tanto

100 pesos. Es como no tener plata. Ir a un kiosco con 100 pesos es como ir con intenciones de robar algo. Podés pedir una bolsa llena de golosinas inútiles sólo para tratar de llegar a una suma lo más significativa posible, para que de todas formas y pongas la cara que pongas, al extender inocentemente tu mano y apoyar los 100 pesos en el pequeño mostrador te miren con cara de “ah, me quisiste cagar desde el momento que entraste y empezaste a elegir cualquier cosa, haciéndote el fanático de las golosinas” y entonces te acusan de no tener cambio y chau, guardás los 100 pesos y te vas, y ahora encima te quedaste con las ganas de comer golosinas.
Y ni hablar de subir a un taxi con 100 pesos. La gente ya ni siquiera lo intenta. No sé cómo pero los taxistas se las ingeniaron para hacerle saber al mundo que subir a un taxi con 100 pesos es tan inadmisible como subir sin un centavo. O aun peor, porque si tenés 100 pesos no sos un pobretón, alguien que sale a la calle con 100 pesos en la billetera es porque está en una buena posición económica, pero sin embargo no los querés largar, te aprovechás del pobre tachero que amablemente paró cuando lo llamaste y se dirigió sin chistar hacia donde vos querías ir, y ahora vos, tacaño y desconsiderado, no le querés pagar. ¿O acaso pretendés que te entregue generosamente y porque sí todo el cambio que pudo recolectar, y así se quede sin un peso para el resto del día?. No, ya entendimos que tomar un taxi con 100 pesos no se puede, está implícitamente prohibido.
Entonces nos damos cuenta de que es así, tener 100 pesos es como no tener plata. ¿Será que a veces es necesario tener poco para tener algo? Mirá ese tipo, tiene una mina distinta cada noche, así nunca va a tener una mujer al lado. ¿Pero cómo, no tenía una cada noche? Ah, sí, pero con tantas mujeres no se puede llegar a nada, nunca va a querer a ninguna de verdad.
Mirá las estrellas. Qué lindo cuando el cielo está repleto de estrellas. Pero entonces ¿dónde está esa que miro siempre? la brillante, creo que es Venus. ¿Y las 3 Marías? Se me mezclan con las demás. Es que a veces cuando hay tantas, cuando hay tanto, no logramos distinguir lo que realmente nos importa. ¿Será así?

viernes, 12 de octubre de 2007

Perderse

“Hay que perderse”, dijo. Y ella trató de cumplir la consigna de inmediato, casi como si fuera una verdadera orden en lugar de un simple comentario pasajero de esos que él a veces dice sin pensar demasiado. Pero su tono de voz, tan confiado y seguro, le resulta a menudo un modo imperativo, y la hizo sentir que debía hacerle caso.
Desde aquel día está intentando lograrlo, pero en su afán por perderse no para de encontrarse. ¿Será que perderse no es un acto voluntario? Muchas veces se perdió por las calles, sin querer. Apurada, con frío, cargada de cosas y con ganas de llegar. Y entonces se perdía de verdad. Pero ahora no podía. No sabía cómo hacerlo.
¿Perderse sería ir en otra dirección? Eso parecería revelarse, es muy distinto. Perderse es más que eso.
Perderse es tener un camino pero no encontrarlo. ¿Si no cómo se explica la pérdida? Uno no pierde algo no tiene. ¿Y algo que no sabe que tiene? ¿Podría perderlo sin saber que existe?
No sabe si le sale perderse. Quizás no quiere. Entonces quizás pueda ¿no dijimos que era involuntario? Tiene que no querer perderse para poder hacerlo, para que le pase. ¿Pero si ya no quiere perderse para qué lo va a hacer? ¿sólo por cumplir con la consigna? Y entonces estaría perdida sin querer. No le gustaría. Como cuando se pierde en la calle. ¿Y si no cumple la consigna? A veces hay que ignorar los tonos imperativos.

lunes, 8 de octubre de 2007

Hoja en blanco

Hoja en blanco. ¿Cuál es el problema de que esté blanca? ¿acaso no son lindas las cosas blancas? Las novias se visten de blanco, y parece ser el día más feliz de sus vidas. Los dientes blancos hacen las sonrisas mucho más frescas. Las palomas blancas nos dan paz, no como las grises que se juntan en las plazas con el único propósito de manducar cuanta miga de lo-que-sea se les cruce. La luna blanca, redonda, que tiñe de romántica cualquier noche. La espuma del mar, con ese aire de relajación que acerca cada vez que roza la orilla. Los pétalos de las margaritas que decididos y sin vacilar nos determinan el estado de nuestra vida amorosa de un solo tirón. Las paredes recién pintadas que hacen rebotar los rayos de sol, iluminando prolijamente la sala por completo.
Y nosotros nos quejamos de la hoja en blanco. Es nuestra peor pesadilla, nuestra enemiga, con la que tenemos que luchar, como si nos desafiara siempre a una nueva batalla. Y cuando ganamos una, cuando logramos llenarla, la damos vuelta y ahí está de nuevo, lista para el próximo combate, lista para la guerra. Guerrera blanca, nunca vi una. Suena contradictorio. ¿La bandera blanca acaso no declara la paz? Es esta manía que tenemos a veces los seres humanos de complicar todo. Te da miedo la hoja en blanco, comprate un block de color. ¿O te van a dar miedo también los colores? Y si es así, si te peleás con las hojas blancas, las rojas, las verdes, las celestes y hasta las amarillas, entonces el problema es tuyo.

viernes, 5 de octubre de 2007

Nuestra naturaleza

Dicen que no tenemos contacto con la naturaleza. ¿Por qué? ¿Porque no tenemos plantas en el balcón? ¿Porque rara vez hay alguna fruta o verdura en nuestra heladera? Puede ser, no tenemos contacto con el reino vegetal, con la fauna o la flora -no sé cual es cual, flora y fauna siempre me parecieron los nombres de dos tías viejas y chusmas que se juntan a hablar en diversos ecosistemas, Flora y Fauna, como Paty y Selma ¿qué tienen que ver con los animales y las plantas?-. Así que no tenemos contacto con ellas, porque no tenemos plantas ni vegetales, y mucho menos algún animal ¿pero eso es la naturaleza?
A cambio de las macetas marrones y sucias, llenas de tierra y con pérdidas de agua marrón que arruinen el deck de madera del balcón, tenemos proyectos que nos llenan de vitalidad. En lugar de la fruta vulgar que a veces llega fresca y dulce y a veces agria o amarga, tenemos esas ganas de mirarnos a los ojos y saber que nos amamos. En vez de las bandejitas de ensalada pre-hecha seca y sin gusto del supermercado, tenemos risas. En vez del kilo de tomates que según anuncian en TN sale más caro que el proporcional de una hora de trabajo, dentro de la canasta básica familiar, tenemos la libertad de hacer lo que queremos cuando queremos, sin que nadie nos diga que “es hora de comer” o “¿todavía no te bañaste?”.
Y además, para los que piensan que la naturaleza está hecha de partículas, o sea materia propiamente dicha, que no tiene origen industrial, tenemos aire, tenemos sol y sobre todo, tenemos muchos mosquitos.

miércoles, 3 de octubre de 2007

Crónico

“Tenés que tratarte, porque si no se te vuelve crónico”, le dijo la profesora de yoga. Y crónico le dio miedo. ¿Crónico? ¿Para siempre? ¿Para toda la vida? Y de pronto estaba embarazada, y le dolía. Con el bebé en brazos, y casi no podía sostenerlo. En el casamiento de su hijo mayor, y el vestido que le oprimía justo en ese lugar. Jugando con sus nietos, y le costaba agacharse. Entonces lo llevaría consigo para siempre, hasta el día de su muerte.
Le dio pánico. Sintió una puntada en el pecho, quizás con la esperanza de morir en ese mismo momento y de que lo crónico no haya durado más que un par de semanas.
Se fue a su casa sin decir una palabra. Al fin y al cabo podía no ser tan grave. Iba a aprender a vivir con eso y llevarlo consigo como si fuera parte de su cuerpo. Y esa idea la tranquilizó.
Se le ocurrió pensar en todas las otras cosas de la vida que sin que nadie le haya advertido, como lo había hecho gentil y fríamente su profesora de yoga, también serían crónicas. Su gusto por los dulces -nunca podría desprenderse de ese placer-, sus ganas de volar como águila, su entusiasmo por viajar y esa mezcla de nervios y alegría que sentía al hacer las valijas, su obsesión por el orden y la prolijidad, su amor por él. De pronto todo era crónico, y nunca se lo habían avisado.

Nada

Tenía ganas de no quedarse con las ganas de hacer nada. Entonces hacía todo lo que tenía ganas. Pero un día tuvo ganas de no hacer nada. Y entonces lo hizo, no hizo nada. Y las ganas se fueron expandiendo, se acomodaron en su cuerpo como si fuera un colchón de plumas, llenaron cada espacio, cada rincón. Tomaron cada pedazo de su tiempo. Cubrieron cada momento. Ocuparon su mente por completo. Entonces no hacía nada, porque nunca quiso hacer lo que no tuviera ganas. No salía. No jugaba. No corría. No ordenaba. No leía. No gritaba. No reía. No observaba. Solo hacía eso que le daban ganas. Entonces tampoco comía, ni pensaba, ni sentía, ni soñaba, ni creía, ni esperaba. Y un día, las ganas de no hacer nada lo tomaron por completo. Entonces, tampoco respiraba.